UNIDAD IV
INTERPRETACIÓN ESTÉTICA DE LA REALIDAD
El término estética proviene del griego αἴσθησις (aísthêsis), «sensación». Fue introducido por el filósofo alemán Alexander Gottlieb Baumgarten en su obra Reflexiones filosóficas acerca de la poesía (1735), y más tarde en su Aesthetica (1750).
La estética es una reflexión filosófica que se hace sobre objetos artísticos y naturales, y que produce un «juicio estético». La percepción sensorial, una vez analizada por la inteligencia humana, produce ideas, que son abstracciones de la mente, y que pueden ser objetivas o subjetivas. Estas ideas provocan juicios, al relacionar elementos sensoriales; a su vez, la relación de juicios es razonamiento. El objetivo de la estética es analizar los razonamientos producidos por dichas relaciones de juicios. Por otro lado, las ideas evolucionan con el tiempo, adaptándose a las corrientes culturales de cada época. Dicha evolución es por tanto el objeto de estudio de la historia de la estética.
Grecia
Durante la era de Pericles, en el llamado periodo clásico griego, el arte gozó de un gran esplendor, generando un estilo naturalista de interpretar la realidad: los artistas griegos se inspiraban en la naturaleza obedeciendo unas proporciones y unas reglas (κανών, canon) que permitiesen la captación de esta realidad por parte del espectador, recurriendo si era necesario al escorzo. Se perseguía un concepto de belleza basado en la realidad natural pero idealizado con la incorporación de una visión subjetiva que reflejaba la armonía de cuerpo y alma, equiparando belleza con bondad (καλοκαγαθία, kalokagathía).
Uno de los primeros filósofos en ocuparse de temas relacionados con la estética –sobre todo el arte y la poesía– fue Demócrito, quien bajo una actitud empírica estudió el arte de forma más descriptiva que conceptual, considerándolo reflejo de la obra natural del hombre, basado en la naturaleza y con un objetivo tendiente al placer. Más tarde, los sofistas –como Protágoras y Gorgias– consideraron la belleza como «lo que produce placer por medio del oído y de la vista», relativizando el concepto de belleza como algo diferente para cada individuo. Sócrates opinó que el arte es la idealización de la naturaleza, y que cuando representa al ser humano no lo hace tan sólo en cuerpo sino también en el alma, estableciendo por primera vez el concepto de belleza espiritual, contrariamente al de belleza física que había defendido hasta entonces la filosofía griega.
Platón
Platón
fue el primero que trató sobre conceptos estéticos como centro de muchas de sus
reflexiones, sobre todo en temas relativos al arte y la belleza. En el
Protágoras habló del arte como la capacidad de hacer cosas por medio de la
inteligencia, a través de un aprendizaje. Para Platón, el arte (τέχνη, téchnê)
tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser humano. Entendía el
arte como «destreza» o «habilidad», tanto en el terreno material como en el
intelectual. En el Sofista distinguió entre habilidades «adquisitivas» y
«productivas», dividiendo a su vez estas últimas en productivas de objetos o de
imágenes (εἴδωλα, eídôla). Introdujo el concepto de mímesis (μίμησις), ya que
para él las imágenes son imitaciones de objetos reales, aunque sin desempeñar
la misma función que sus originales. Estas imitaciones pueden ser «genuinas» (εἰκών,
eikón), si guardan las mismas propiedades que su modelo; o «aparentes» (ϕάνταὓμα,
phántasma), si sólo se parecen al original. Sin embargo, Platón mismo
consideraba esta diferencia difícil de dilucidar, ya que toda imitación debe
por fuerza diferir de su original en alguna cosa, ya que si fuese idéntica nos
encontraríamos con un objeto igual al representado. Para Platón, todas las
creaciones artísticas son «conjeturas» (εἰκασία, eikasía), ya que su carácter
imitativo las aleja de la realidad de las formas, y les confiere incluso un
sentido peyorativo, ya que son «apariencias engañosas», ya que los artistas no
representan las cosas como son, sino como parecen. Así, califica a los artistas
de «pseudoartífices», ya que su habilidad no es auténtica.
La
belleza la trató en diversos diálogos: en Hipias mayor habló de la belleza de
los cuerpos; en Fedro, de la belleza de las almas; y en El banquete, de la
belleza en general.
Hipias
mayor: utilizando un diálogo entre Hipias y Sócrates, Platón busca la belleza
perfecta, la «belleza ideal platónica». Proporciona varias definiciones de
belleza, como la «conveniencia», que es la adecuación a una finalidad, que hace
que un objeto parezca bello; o la «utilidad», relacionando la belleza con el
bien, con la dimensión moral (la belleza conduce al bien, en relación
causa-efecto).
Fedro:
en este texto Platón explicó de forma mítica el origen del ser humano, así como
su teoría del conocimiento basado en las «ideas». Sócrates cuenta a Fedro que
el alma es como un carro tirado por dos caballos, uno manso y otro bravo,
dirigidos por la razón. Esta alma se encuentra originariamente en el mundo de
las ideas, pero al encarnarse en un cuerpo las olvidan en mayor o menor grado.
Para Platón, el conocimiento es el recuerdo de estas ideas. La materia es
«sombra de las ideas», que a través del estímulo que ofrecen pueden conducirnos
a ellas, a través de un procedimiento que identifica como «amor» (ἔρως, érôs).
Así, el amor por las cosas bellas puede conducirnos a la idea de belleza, a la
belleza perfecta, ideal.
El
banquete: en esta obra Platón manifiesta que el hombre tiene inclinación a
buscar la perfección, la belleza, y que ésta se puede conseguir a través del
amor, que es un camino de conocimiento, una energía que nos orienta. Platón
distinguía dos clases de amor: el «popular», relacionado con el cuerpo, las
formas y las acciones; y el «celestial», asociado a la virtud y el intelecto.
El amor es la búsqueda de la belleza –que relaciona con la verdad–, primero la
belleza física (amor de los cuerpos), y después la belleza espiritual (amor de
las acciones), llegando por fin a la belleza ideal, al amor por la ciencia. Se
pasa pues del cuerpo a la virtud, y de aquí a la esencia. El amor ideal –el
llamado «amor platónico»– es infinito, no tiene tiempo ni forma.
Aristóteles
Así
como Platón era un metafísico, Aristóteles se centró más en el terreno de la
física, aplicando la lógica al estudio de la naturaleza y del ser humano. Para
él, la naturaleza tiene un «germen» que da pie a la forma y el movimiento, que
son las bases de la naturaleza. En el arte (cultura) el germen es el artista
(el hombre); así, distinguía «naturaleza», de origen orgánico, de «cultura», de
origen psicológico. Creó un «sistema causal», buscando una causa material en el
origen de todo acontecimiento; después de la material viene una causa eficiente
o motriz y, por último, una causa formal. Aristóteles distinguía tres clases de
pensamiento: conocimiento (θεωρία, theôría), acción (πρᾱξις, prâxis) y realización
(ποίησις, poíêsis).
La
teoría estética de Aristóteles, plasmada sobre todo en su Poética, provenía en
buena parte de la obra de Platón, sobre todo en el concepto de «mímesis». Para
Aristóteles, la belleza consistía en magnitud (μέγεθος, mégethos) y orden
(πάξις, páxis), cuestiones puramente físicas, y se encuentra en las
proporciones perfectas, en la justa medida, en la simetría (συμμετρία). En su
estudio de la tragedia –lamentablemente, la parte de la comedia se ha perdido–,
definió ésta con base en la mímesis (μίμησις), como imitación de una acción
honrada y acabada, que implica cierta magnitud, hecha en un lenguaje refinado,
realizada por personajes que actúan y que opera una purificación de las
emociones o catarsis (κάθαρσις, «purificación»).
La
función del arte imitativo es la de acabar y perfeccionar los productos de la
naturaleza. Para Aristóteles, el arte humaniza la naturaleza, magnificando la
realidad. Así pues, la tragedia es un proceso estético: de la mímesis, la
imitación de la realidad, a la poíêsis, la producción creativa.Es una operación
moralizadora, de humanización de la realidad. La tragedia separa la realidad de
la ficción, pero también reconduce la ficción a la realidad, por medio de la
catarsis; el primer camino es estético, mientras que el segundo es ético. Para
Aristóteles, la poesía trágica responde a leyes psicológicas, que denomina
conducta «universal», ya que responde a criterios racionales de comportamiento
del individuo, concepto que sentó las bases de la teoría artística –sobre todo
literaria– hasta la edad moderna.
El
concepto de belleza de Aristóteles se desarrolló más ampliamente en la
Retórica: es bello lo que, por un lado, nos agrada y, por otro, lo que es
valioso por sí mismo. Es decir, la belleza ha de proporcionar placer, y ha de
tener un valor intrínseco independientemente de su finalidad. Para Aristóteles,
la belleza es buena, aunque no todo lo bueno es bello; por otro lado, la
belleza es agradable, aunque no todo placer es bello. A su vez, la belleza ha
de ser buena y agradable a un mismo tiempo.
Del
arte proceden las cosas cuya forma está en el alma.
Escuelas Helenísticas
El período helenístico supuso una cierta decadencia cultural. La filosofía dejó de estudiar el mundo para centrarse en el ser humano, pasando de una filosofía metafísica a una de contenido netamente moral. A menudo la filosofía se encaminó en esta época a elaborar formas de vida, actitudes existenciales generalmente ligadas a movimientos religiosos, creando corrientes sincréticas en que se sintetizaba la religión con la vida humana. En el arte, se introdujo un sentido de vida, de movimiento, un sentimentalismo trágico y exacerbado (πάθος, páthos), que produjo obras recargadas, dinámicas, que a través de la exageración de las formas dejaban traslucir fuertes emociones. Surgió asimismo el concepto de «gracia», de delicadeza de las formas.
Estoicismo: esta doctrina se centró en los problemas
del hombre, defendiendo como mejor solución ante la vida la búsqueda del
equilibrio interior, que se consigue a través de la «autarquía», la
autosuficiencia. El bien más preciado para el hombre es la felicidad, que
encuentran en el ejercicio de la virtud, en la figura del hombre moderado, que
domina sus pasiones. Los filósofos estoicos se ocuparon esencialmente de
cuestiones relacionadas con la lógica y la semántica, pero también trataron la
poesía, principalmente Zenón de Citio y Crisipo. Para los estoicos, la belleza
era la relación entre un objeto y la naturaleza, es decir, la armonía entre
ellos («analogía estoica»). Relacionaban la belleza con la moral, con vivir la
vida de forma correcta y decorosa, practicando la virtud. Así, la poesía era un
vehículo para la elevación espiritual, que podía conllevar tanto un placer
racional como irracional, interpretando la poesía como una alegoría de la
filosofía. Los estoicos veían la belleza como una presencia innata al mundo,
tanto en su totalidad como en sus partes constitutivas, en los objetos y en los
seres vivos. Sostenían que «la naturaleza es el mayor artista», así como que
«la naturaleza ama la belleza». Creían igualmente que la fealdad sirve para
realzar la belleza mediante el contraste. Distinguían entre belleza absoluta,
que viene de la proporción (συμμετρία), y belleza relativa, definida en
términos como «conveniente» o «adecuado» (πρέπον, prépon, en latín decorum).
Asimismo, introdujeron un nuevo concepto en la psicología de la belleza: así
como hasta entonces se distinguía entre ideas y sentidos, los estoicos
plantearon una nueva categoría basada en la imaginación, la «fantasía»
(φαντασία).
Epicureísmo: formulado por Epicuro, esta doctrina
equiparaba el bien con el placer, creando una filosofía hedonista en la que el
hombre debe buscar únicamente su felicidad –si bien Epicuro hablaba más de
placeres espirituales que materiales–. Los filósofos epicúreos reflexionaron
poco acerca de cuestiones estéticas, siendo la principal aportación la de
Filodemo de Gadara: en Sobre la música sostuvo que ésta es incapaz de provocar
emociones en el ser humano, o de producir algún tipo de transformación en el
orden moral; por otra parte, en Sobre los poemas, afirmó que la bondad poética
(τò ποιετικόν αγαθόν) es la unidad de forma y contenido, rechazando cualquier
contenido moral que la poesía pretenda tener.
Escepticismo: esta corriente se centraba en la
desconfianza por la verdad, que consideraban inaprehensible para el hombre.
Así, afirmaban la imposibilidad del conocimiento, absteniéndose de todo juicio
(ἐποχή, epokhé): si sobre la belleza y el arte hay una gran diversidad de
juicios, es imposible saber cuál de ellos es cierto. Tenían una opinión
negativa del arte, la música y la literatura, que para ellos no aportan ningún
beneficio, pudiendo ser incluso perjudiciales, ya que su naturaleza ficticia
puede confundir al hombre. Así, la belleza no tiene una naturaleza objetiva y,
aunque puede proporcionar placer, éste es tan sólo una sugestión sin valor
práctico. Uno de sus principales representantes fue Sexto Empírico.
Neoplatonismo: creado por Plotino, esta filosofía afirmaba
que la belleza es interior, pertenece al alma, y que el arte es una
representación exterior del espíritu, por lo que la belleza está en el sujeto.
En Sobre la belleza, Plotino refutó la idea aristotélica de la belleza como
simetría, según la cual la belleza se encuentra en el conjunto; siendo así, las
partes simples de ese conjunto no serían bellas, por lo que varias partes no
bellas en sí no podrían hacer un todo bello. Siguiendo el concepto del Hipias
mayor de Platón, afirmó que la belleza está en la vida, no en las formas, y se
traduce por expresión, mirada, intensidad, algo que se esconde detrás de las
formas, y que identifica como el «alma» (ψυχή). Con Plotino comenzó la
«estética de la luz» –que se desarrolló durante el gótico medieval–: la belleza
proviene de una forma y la presencia de una luz incorpórea que ilumina la
oscuridad de la materia («metáfora solar», el sol como metáfora de la belleza
ideal). Por eso el fuego es el único que tiene belleza en sí mismo, porque no
tiene forma, es la «idea» entre los elementos. Plotino asimiló el mundo de las
ideas de Platón en un Uno (τò ἕν, to hen), que es como un foco de luz, que
emana en la tierra, produciendo la realidad según tres estadios o hipóstasis (ὑπόστᾰσις):
intelecto, alma y cuerpo. El alma es el mediador entre el cuerpo y el
intelecto, que es el que más participa de la belleza, al encontrarse más cerca
de la luz. Así, la belleza no se encuentra en la forma, sino en su
«resplandor»: todas las cosas, todas las formas, tienen luz, que es donde
radica la belleza. El artista ya no tiene que imitar a la naturaleza, ya que la
belleza se encuentra en el intelecto, en forma de idea; trabajando con materia,
tiene que pasar esta idea a la materia. Así, el artista ya no trabaja
racionalmente, sino por inspiración, ascendiendo al intelecto, que es donde se
encuentran las ideas.
En verdad no hay belleza más auténtica que la sabiduría
que encontramos y amamos en algún individuo, prescindiendo de que su rostro
pueda ser feo y sin mirar para nada su apariencia, buscamos su belleza
interior.
Edad media
La estética medieval era principalmente teológica: la belleza está al servicio de la revelación, sirve para expresar las verdades cristianas. El arte medieval se vio influido por la inmaterialidad de Plotino: para los autores medievales la belleza está en la expresión, no en las formas, es una estética subjetiva. Las figuras artísticas pierden corporeidad, se pierde interés por la realidad, las proporciones, la perspectiva. En cambio, se acentúa la expresión, sobre todo en la mirada; los personajes se simbolizan más que se representan. El arte tenía en esta época una función social, práctica, didáctica. El artista –o más bien artesano– no era creativo, realizando una labor que traducía conceptos colectivos y no individuales. Era un arte simbólico, donde todos sus componentes (espacio, color, iconografía) tenían un significado, generalmente religioso. Fue en esta época cuando se relacionó por primera vez el arte con la belleza, sintetizado en la expresión ars pulchra («arte bello») presente en la obra goliárdica Carmina Cantabrigensia (siglo XII). Por otro lado, en un intento de alegorización de la realidad inspirado en la tradición mítica griega y en la interpretación rabínica judía, los Padres y teólogos cristianos –desde Orígenes hasta Ambrosio de Milán, Juan Casiano y Juan Escoto Erígena– desarrollaron un concepto simbólico de la naturaleza, que tendría gran relevancia en el desarrollo posterior de la estética de acuerdo con la interpretación semiótica de la realidad.
En la Biblia, pese a
su carácter eminentemente religioso, hay algunas reflexiones sobre estética: en
el Génesis se dice que «vio Dios todo lo que había hecho [el mundo] y he aquí
que era bueno en gran manera» (Gé, 1:31). Este «bueno» tenía en hebreo un
sentido más ético, pero en su traducción al griego se empleó el término καλός
(kalós, «bello»), en el sentido de la kalokagathía, que identificaba bondad y
belleza; aunque posteriormente en la Vulgata latina se hizo una traducción más
literal (bonum en vez de pulchrum), quedó fijada en la mentalidad cristiana la
idea de la belleza intrínseca del mundo como obra del Creador. En el Libro de
la Sabiduría se expone la belleza de la creación como prueba de la existencia
de Dios, al tiempo que se identifica la belleza de la naturaleza y el arte con
«cualidades divinas». También se relata que Dios creó el mundo «según medida,
número y peso» (omnia in mensura et numero et pondere), dando origen a una
teoría matemática de la belleza que tendría gran relevancia durante toda la
Edad Media. Algunas otras referencias a conceptos estéticos aparecen en el
Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, trasluciendo una concepción más
puramente semítica que relativiza la belleza y la subordina a postulados
morales; así, en los Proverbios de Salomón se dice que «falsos son los encantos
y vana la belleza» (fallax gratia et vana est pulchritudo, Pr 31:30). Así pues,
tanto la belleza como vanidad o entendida como expresión de la creación de Dios
estarán presentes en toda la teología cristiana.
El primer
cristianismo se nutrió de la filosofía neoplatónica (Plotino, Porfirio,
Jámblico, Proclo), donde el mundo de las ideas de Platón o el Uno de Plotino se
identificaban con Dios. La filosofía –o, más propiamente, teología– cristiana
era pues sintética, asimilando toda la tradición grecorromana: en el terreno
estético, adoptaron la belleza espiritual de Platón, la belleza moral estoica,
la concepción artística aristotélica, la retórica ciceroniana, la poesía
horaciana y la arquitectura vitruviana.39 Se puede apreciar en la obra de
autores como Orígenes, Lactancio, Tertuliano y Pseudo-Dionisio: para Orígenes,
el arte venía de Dios, que es el «supremo artista»: Dios es la belleza suprema,
por lo que la búsqueda de Dios es un camino estético. Tertuliano afirmó que la
naturaleza es creación de Dios, y la cultura del diablo, por lo que el arte es
una expresión del mal. Lactancio intentó demostrar que lo feo es en realidad
bello, en función de su utilidad.
Para el
Pseudo-Dionisio la belleza estaba en los «atributos metafísicos de la
trascendencia», es decir, está fuera del objeto. La obra de Dionisio es la
cristalización del pensamiento de Platón adaptado a la época: la luz es el bien
–siguiendo el modelo hipostático de Plotino–, es la medida del ser y del
tiempo. La invisibilidad de Dios se hace sensible para las cosas terrestres a
través de la luz, siendo la luz inteligible –el bien– el principio trascendente
de la unidad. Así, la belleza es la participación con la unidad. La belleza
esencial de Dionisio es la de Platón (El Banquete), la belleza absoluta que
depende de la razón. Asimila la belleza con Dios, por lo que en el mundo sólo
hay una belleza aparente, la belleza de las cosas es reflejo de la belleza
divina. Tomó de Plotino el concepto de una belleza que es propiedad de lo
absoluto, fundiendo belleza y bondad en una belleza «supraexistencial»
(̉οπερούσιον καλός). Asimismo, tomó el concepto plotiniano de emanación para
afirmar que la belleza terrestre emana de la divina. En cuanto al arte, para
Dionisio su único objetivo es acercarse a la belleza perfecta. La estética
dionisiana ejerció una enorme influencia en el concepto cristiano de belleza,
así como en la representación artística.
Lo bello
trascendental se llama belleza por la hermosura que propiamente comunica a cada
ser como causa de toda armonía y esplendor, alumbrando en ellos porciones de
belleza a la manera del rayo brillante que emana de su fuente, la luz.
San Basilio asumió
el concepto dualista griego de la belleza: por una parte, ésta es la proporción
del conjunto; por otro, siguiendo a Plotino, es la propiedad de las cosas
simples, presente en cualidades como la luz y el brillo. Afirmó que hay dos
clases de belleza, una humana y otra divina, siendo la primera superficial y
subjetiva y la segunda primordial y objetiva. Defendió el concepto de pankalía
(πανκαλία), según el cual el mundo es bello, ya que al ser creación de Dios
refleja la belleza divina. Aun así, no cabe entenderlo con que todo lo visible
sea bello y agrade por igual a todos los hombres, sino que todo es bello en
cuanto cumple una finalidad.
San Agustín
manifestó que la belleza física es símbolo de la belleza divina, y exaltó la
belleza moral sobre la sensible. Frente a la estética subjetiva de Plotino
propuso una belleza racional, material. En Sobre la belleza y la conveniencia
(De pulcro et apto), reflejó una estética sensualista de carácter estoico.
Perdido este libro, en 384 escribió Confesiones, donde confesó que la lectura
de Sobre la belleza de Plotino le hizo convertirse al cristianismo. Agustín se
sentía continuamente atraído por las formas de las cosas que le rodeaban, veía
en el mundo una belleza continua en las formas, que era deseable, atrayente y
que, tras su conversión, tendría una función significativa. Hacía una teología
estética, reflejando en todos sus libros su concepto de belleza, dentro de una
estética semántica: la forma tiene un significado, los objetos naturales se
convierten en signos para nuestra percepción. Para Agustín la belleza es
«unidad», coherencia de las partes entre sí, armonía del conjunto.
Boecio expuso en De
institutione musica una teoría neopitagórica de la música, donde reflejó un
concepto de belleza formal, basada en la proporción y el número. Este concepto
lo extrapoló al arte en general, como armonía del conjunto, basado en sencillas
relaciones numéricas, siendo más bello el objeto que presente una mayor
sencillez proporcional. Otorgó así un valor superficial a la belleza, llegando
a afirmar que la admiración por la belleza es debilidad de los sentidos.
Dividió las artes en ars y artificium, clasificación similar a la de artes
liberales y vulgares, pero en una acepción que casi excluía las formas manuales
del campo del arte, dependiendo éste tan sólo de la mente.45 Casiodoro también
defendió el carácter matemático de la belleza, afirmando que la belleza
corporal viene del alma que le infunde vida (sui corpus vivicatrix). En cuanto
al arte, destacó su aspecto productivo, conforme a reglas, señalando tres
objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer
(delectet).
Alcuino de York,
ministro de ciencias y artes de Carlomagno, distinguió entre belleza formal
(pulchra species) y belleza eterna (pulchritudo aeterna), siendo la primera el
amor por las cosas agradables, tanto en el aspecto visual como del resto de
sentidos, y la segunda el reflejo de la belleza divina, que proporciona
felicidad espiritual. Juan Escoto Erígena trató de la actitud estética, que
contrapuso a la actitud práctica, siendo la primera más elevada a nivel
espiritual. Esta actitud es desinteresada, contemplativa, evocadora del orden
divino. Su concepto de belleza, de influencia agustiniana y dionisiana, era
espiritualista, consistente en una armonía universal que se concreta en la unidad
de las cosas. La belleza es manifestación de Dios –una teofanía–: Dios se da a
conocer a través de la belleza, que es atributo de todo lo perfecto y divino,
es inefable e inexpresable.
Durante la Baja Edad
Media, y paralelamente al arte gótico, surgió la llamada «estética de la luz»:
la luz era símbolo de divinidad, lo que se reflejó en las nuevas catedrales
góticas, más luminosas, con amplios ventanales que inundaban el espacio
interior, que era indefinido, sin límites, como concreción de una belleza
absoluta, infinita. Asimismo, se otorgó gran importancia a la belleza del
color, que adquirió en la Edad Media un significado simbólico, expresando cada
color un distinto atributo o cualidad, humana o divina. Robert Grosseteste
habló del carácter matemático de la belleza, identificándola con la luz
metafísica, y distinguiendo tres tipos de luz: lux (Dios), radium (rayos de
luz) y lumen (el aire lleno de luz). El lumen refleja en los objetos, por lo
que éstos resplandecen (splendor). Afirmaba que «la luz es la belleza y adorno
de toda creación visible», así como que embellece las cosas y muestra su
hermosura. Roger Bacon racionalizó la estética de la luz, opinando que la incidencia
de la luz en los objetos produce líneas, ángulos y figuras elementales. Hugo de
San Víctor distinguió entre belleza visible e invisible: la primera, presente
en la forma, es percibida por los sentidos (imaginatio), mientras que la
segunda se encuentra en la esencia y es captada por la inteligencia
(intelligentia). La belleza invisible es la belleza suprema, que sólo capta la
mente intuitiva.
El periodo
bajomedieval fue el de la filosofía escolástica, que pretendía el estudio de
Dios desde unos postulados más racionalistas –para lo que se basaron principalmente
en la filosofía aristotélica–, pero sin renunciar a la fe. Los escolásticos
partieron de la teoría formalista agustiniana y de la belleza contemplativa
victoriana (de Hugo de San Víctor), y se centraron en cuestiones más semánticas
y estructurales de la belleza: definición y esencia de la belleza, postura del
ser humano ante lo bello, etc. Guillermo de Auvernia estableció que «es bello
lo que gusta por sí mismo» (per se ipsum placet), así como que «es bello lo que
deleita a la mente» (animum delectat) y «lo que la atrae» (ad amorem sui
allicit). Los escolásticos plantearon el carácter objetivo y condicional de la
belleza, planteando una relación entre objeto y sujeto: para que un objeto nos
guste, éste debe poseer unas cualidades que atraigan. También recogieron la
idea de belleza como proporción entre las partes proveniente de San Agustín: en
un texto franciscano del siglo XIII, la Summa Alexandri (por su autor,
Alejandro de Hales), se especifica que «es bello lo que tiene medida, forma y
orden» (pulchra est res, quando tenet modum et speciem et ordinem).
San Buenaventura
estableció que la percepción es la afinidad entre los sentidos y los objetos,
que proporciona acción, fuerza y forma: la acción da salud (radione
salubritatis), la fuerza da bondad (suavitas) y la forma da belleza
(preciositas). Se establecía así una «proporción de adecuación», que era
cambiante, subjetiva. En contraposición, propuso una «proporción de igualdad»,
que sería un último estadio, inteligible, de la belleza, comparable a la unidad
de San Agustín. En Itinerario de la mente a Dios (Itinerarium mentis ad Deum)
decía que esta igualdad no varía, sino que hace abstracción de las
circunstancias de lugar, tiempo y movimiento. Para Buenaventura, la luz es la
cosa más agradable (maxime delectabilis): la luz es la «forma sustancial» de
los cuerpos, siendo por tanto el principio básico de la belleza.
Alberto Magno
recogió dos teorías tradicionales sobre la belleza, la de la proporción
aristotélica y la del resplandor neoplatónico, sintetizándolas sobre la base de
la teoría hilemorfista de Aristóteles (la materia va unida a la forma): así
unió proporción y resplandor, resultando que la belleza se produce cuando la
materia trasluce su esencia. Definió así la belleza como el resplandor de la
forma en las diversas partes de la materia. Su discípulo Ulrico de Estrasburgo
desarrolló esta teoría dividiendo la belleza en corpórea y espiritual, a la vez
que encontró en ella dos cualidades distintas: la belleza esencial, inherente a
las cosas, y la accidental, ajena a ellas.
Santo Tomás de
Aquino recogió la tesis de Alberto Magno de la belleza como esplendor de la
forma (splendor formae). Opinaba que la percepción de la belleza es una clase
de conocimiento, exponiendo su teoría en su obra magna, la Summa Theologica
(1265-1273). En esta obra encontró una relación entre el sujeto y el objeto
(percepción): el objeto se manifiesta como forma, y el sujeto percibe gracias a
la sensibilidad; entre forma y sensibilidad hay una afinidad estructural. Para
Tomás belleza y bondad son lo mismo, aunque la belleza se dirige al intelecto y
la bondad a los sentidos. Lo bueno es material, lo bello inmaterial; lo bueno
hace desear, lo bello no tiene deseo de posesión. Distinguía en la belleza tres
cualidades: integridad (integritas), que es la estabilidad estructural del
objeto –un objeto roto o incompleto no puede ser bello–; armonía (consonantia),
es decir, la correcta proporción de las partes de un objeto; y claridad
(claritas), relacionando la belleza con la luz como símbolo de verdad, siguiendo
la tradición neoplatónica.
Por último, cabría
citar a Dante Alighieri, que en su gran obra, La Divina Comedia –junto a otros
tratados, como Il convivio y De vulgari eloquentia–, expresó varios conceptos
estéticos, muy próximos a la estética escolástica, pero con algún elemento
innovador. De Santo Tomás cogió su concepto de la belleza como consonantia y
claritas, junto a la idea de una belleza espiritual aparte de la sensorial, y
que la belleza perfecta sólo se encuentra en Dios. Pero a la belleza entendida
como un correcto ordenamiento de las partes (risulta dalle membra in quanto
sono debidamente ordinate) añadió un elemento metafísico: el amor. El amor es
un poder cósmico, que conduce a la divinidad. Para Dante, el amor es la fuente
de la belleza, igual en la naturaleza que en el arte. El artista debe crear su
obra inspirado por el amor. El arte representa a la naturaleza, que es obra de
Dios, por lo que tiene un carácter inefable: el arte es «casi nieto de Dios»
(si che vostr' arte a Dio quasi è nepote). Así, al relacionar arte y belleza,
Dante abrió el camino a la estética renacentista, alejada de postulados
teológicos.
Edad moderna
Se produjo una gran
renovación del arte, que volvió a estar inspirado en la realidad, imitando la
naturaleza. Uno de los primeros teóricos del arte renacentista fue Cennino
Cennini: en su obra Il libro dell'arte (1400) sentó las bases de la concepción
artística del Renacimiento, defendiendo el arte como una actividad intelectual
creadora, y no como un simple trabajo manual. Para Cennini el mejor método para
el artista es retratar de la naturaleza (ritrarre de natura), defendiendo la
libertad del artista, que debe trabajar «como le place, según su voluntad»
(come gli piace, secondo sua volontà). También introdujo el concepto de
«diseño» (disegno), el impulso creador del artista, que forja una idea mental
de su obra antes de realizarla materialmente, concepto de vital importancia
desde entonces para el arte moderno.
En ese contexto surgieron
varios tratados más acerca del arte, como los de Leon Battista Alberti (De
Pictura, 1436-1439; De re aedificatoria, 1450; y De Statua, 1460), o Los
Comentarios (1447) de Lorenzo Ghiberti. Alberti recibió la influencia
aristotélica, pretendiendo aportar una base científica al arte. Definió la
belleza como concinnitas (concinidad, ordenación simétrica), la perfección es
la unidad de las partes con el todo. También habló de decorum, el tratamiento
del artista para adecuar los objetos y temas artísticos a un sentido mesurado,
perfeccionista. Ghiberti fue el primero en periodificar la historia del arte,
distinguiendo antigüedad clásica, período medieval y lo que llamó «renacer de las
artes» (Renacimiento). Para Ghiberti la pintura es razonamiento, y depende de
la visión, en una relación espiritual; pero la visión es subjetiva, por lo que
el juicio es arbitrario.
El Renacimiento puso
especial énfasis en la imitación de la naturaleza, lo que consiguió a través de
la perspectiva o de estudios de proporciones, como los realizados por Luca
Pacioli sobre la sección áurea: en De Divina Proportione (1509) habló del
número áureo –representado por la letra griega φ (fi)–, el cual posee diversas
propiedades como relación o proporción, que se encuentran tanto en algunas
figuras geométricas como en la naturaleza, en elementos tales como caracolas,
nervaduras de las hojas de algunos árboles, el grosor de las ramas, etc.
Asimismo, atribuyó un carácter estético especial a los objetos que siguen la
razón áurea, así como les otorgó una importancia mística.
En otro campo de
investigación, Leonardo Da Vinci se preocupó esencialmente de la simple
percepción, la observación de la naturaleza. Buscaba la vida en la pintura, la
cual encontró en el color, en la luz del cromatismo. Para Leonardo era más
importante el color que la línea, y con éste creó sus composiciones, creando
los contornos con una transición de tonos (sfumato). En Tratado de la pintura
(1651) expuso su teoría del arte, el cual necesita la aportación de la
imaginación, de la fantasía. La pintura es la suma de la luz y la oscuridad
(claroscuro), lo que da movimiento, vida. Según Leonardo, la tiniebla es el
cuerpo y la luz el espíritu, siendo la mezcla de ambos la vida.
Nicolás de Cusa trató la
estética en sus obras De mente, De ludo globi y Tota pulchra, donde recogió el
concepto platónico de belleza como cualidad ideal, no material, siendo la idea
la que forma el «resplandor de la belleza» (resplendentia pulchri). Para Cusa,
el arte consiste en componer el conjunto de la materia (congregat omnia),
otorgando unidad a la pluralidad (unitas in pluritate).
En 1462 se fundó la
Academia de Florencia, donde surgió una importante escuela de corte neoplatónico,
con autores como Marsilio Ficino, Giovanni Pico della Mirandola y Angelo
Poliziano. El más relevante en el campo de la estética fue Ficino, autor de De
Amore, un comentario al Banquete de Platón, donde reflexionó sobre la belleza y
el arte. Para Ficino, Dios es el más grande artista (artifex), mientras que el
hombre sólo capta el reflejo de la belleza, que es el acuerdo de la idea con la
materia. Distinguió dos clases de belleza: la claritas, procedente de Dios, es
el reflejo de la luz divina en las cosas (la belleza de la naturaleza); la
concinnitas procede del hombre, y se basa en la armonía, en la relación de las
partes con el conjunto. Sin embargo, aunque distingue dos bellezas, una
corporal (de las formas) y otra incorpórea (de las virtudes), ambas se
subordinan a la percepción mental, ya que incluso la belleza formal es
percibida por la vista y elaborada por la mente, resultando igualmente
incorpórea. Para Ficino, la perfección interior crea la exterior, por lo que la
belleza es una imagen espiritual (simulacrum spirituale). Asimismo, distinguía
entre «belleza como tal» (pulchritudo) y «cosas bellas» (res pluchrae),
afirmando que los cuerpos pueden ser cosas bellas, pero no belleza en sí misma,
ya que están sujetos a los cambios del tiempo. También opinaba que la belleza
sólo es accesible a los «sabios» (cognoscentes), que son los únicos capaces de
juzgarla (iudicium pulchritudinis), ya que poseen una idea innata de lo bello.
Por último, en Theologia platonica (1474), Ficino recogió toda la tradición
estética neoplatónica y agustiniana y formuló una nueva teoría basada en el
Fedón platónico, la de la «contemplación»: en ésta se produce una escisión del
cuerpo con el alma, ascendiendo ésta hacia el mundo de las ideas que describió
Platón. Aquí el alma puede aprehender de forma inmediata la sensación de la
belleza.
Heredero de la estética
ficiniana fue León Hebreo, un judío español exiliado en Italia, autor de
Diálogos del amor (1535). León continuó con la tesis neoplatónica de la
atracción espiritual de la belleza, afirmando que el amor es la actitud natural
del ser humano frente a la belleza. También habló de la «gracia» –que fijó como
categoría estética–, que es la que atrae hacia la belleza, siendo en esencia
una mezcla de belleza y bondad. Por último, Agostino Nifo publicó en 1531 su
tratado De lo bello (De pulchro), donde realizó un estudio histórico de los
principales conceptos estéticos desde los sofistas hasta los neoplatónicos,
siendo uno de los primeros textos realizados sobre historia de la estética.
Nifo era filósofo y médico, y formuló una teoría sobre el amor y la belleza de
corte más científico, basada en criterios fisiológicos.
Manierismo
Alegoría de la Belleza, de
Cesare Ripa. La Belleza es una mujer desnuda con la cabeza oculta entre nubes
(símbolo de lo subjetivo de la belleza); en la mano derecha lleva un globo y un
compás (la belleza como medida y proporción), y en la izquierda una flor de lis
(la belleza como tentadora del alma, igual que el perfume de una flor).
Con el manierismo se podría
decir que comienza el arte moderno: las cosas ya no se representan tal como
son, sino tal como las ve el artista. La belleza se relativiza, se pasa de la
belleza única renacentista, basada en la ciencia, a las múltiples bellezas del
manierismo, derivadas de la naturaleza. Para los manieristas, la belleza
clásica era vacía, sin alma, contraponiendo una belleza espiritual, onírica,
subjetiva, no reglamentada –resumida en la fórmula non so ché («no sé qué») de
Petrarca–. Apareció en el arte un nuevo componente de imaginación, reflejando tanto
lo fantástico como lo grotesco, como se puede percibir en la obra de Brueghel o
Arcimboldo. Era una época de escepticismo, de relativismo, de desorientación
originada por las nuevas teorías astronómicas (Copérnico, Kepler), donde el
hombre ya no era el centro del universo. En Francia, Michel de Montaigne
relativizó la verdad, que resultaba inalcanzable; en España, Francisco Sánchez
dudó del conocimiento humano, mientras que Baltasar Gracián afirmó que «la
única cosa que tenemos clara es el vacío».
Giorgio Vasari, en Vida de
los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue
hasta nuestros tiempos (1542–1550), inauguró la era de la historia del arte
como historiografía, poniendo especial énfasis en la progresión y el desarrollo
del arte. Miguel Ángel fue el principal exponente de un nuevo concepto de la
relación entre el arte y la belleza: así como hasta entonces se había defendido
que el objetivo del arte era imitar la naturaleza, siendo la belleza su
resultado, Miguel Ángel planteó lo contrario, que el único objetivo del arte es
la belleza, y la imitación de la naturaleza sólo es un medio para llegar a
ella.
Uno de los principales
innovadores en el campo de la estética fue Gerolamo Cardano, escritor, filósofo
y médico, autor de De subtilitate (1550), que entre otros temas trató el arte y
la belleza. Cardano elaboró una teoría que relacionaba belleza con conocimiento:
al ser humano le resulta bello aquello que conoce, aquello que percibe con la
vista y el oído, o que capta con la mente. Para Cardano, las cosas sencillas
son más bellas, ya que son más fáciles de percibir; las cosas complejas, al ser
de más difícil captación, pueden llegar a desagradar. Sin embargo, cuando las
cosas difíciles de captar por los sentidos o la razón –que él denominaba
subtilitas– son aprehendidas por el ser humano, pueden proporcionar un placer
incluso mayor que las cosas sencillas. Y así como la belleza es mayor cuanto
más perceptible, la «sutilidad» también incrementa cuanto es más difícil de
captar. Lo sutil se relaciona con la rareza, la dificultad, lo oculto,
complejo, prohibido e inasequible, que serán las bases del arte manierista.
Por otro lado, Giordano
Bruno prefiguró en sus teorías algunas de las ideas modernas sobre arte y
belleza: la creación es infinita, no hay centro ni límites –ni Dios ni el
hombre–, todo es movimiento, dinamismo. Para Bruno hay tantos artes como artistas,
surgiendo la idea de originalidad del artista. El arte no tiene normas, no se
aprende, sino que viene de la inspiración. Recogiendo el antiguo concepto de
belleza como proporción de las partes, opinaba que la belleza no proviene de
Dios, pues éste es unicidad. En cambio, encontró la belleza en la naturaleza y
en las obras humanas, especialmente el arte, la función del cual es multiplicar
la belleza. Afirmó que la belleza eleva los sentimientos del hombre,
convirtiéndolo en poeta y héroe. Creía que la belleza no es única, sino
múltiple (multiplex), que es indefinida e indescriptible, y que es relativa, no
hay una belleza absoluta. También creía que depende del estado de ánimo, y que
puede suscitar diversos sentimientos desde la atracción y la complacencia hasta
el amor.
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